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Lamentaciones de un prepucio - Shalom Auslander.

Lamentaciones de un prepucio - Shalom Auslander






Fecha: 2013-03-25

Tamaño: 6,83 MB

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Descripción: Shalom Auslander (Monsey, Nueva York, 1970), como él mismo reconoce en las páginas de este magnífico, irreverente y desternillante libro –y muy a su pesar–, cree en Dios. Aunque se trate de un dios caprichoso, cruel, vanidoso, rencoroso y cabrón. Precisamente de esta fe ciega nace su principal y recurrente obsesión: se siente observado por esa deidad omnipresente y metomentodo. Y del drama que supone la revelación de que el dios venerado en el que nuestro protagonista deposita toda su fe podría no ser tan bueno como lo han pintado a través de los siglos, nuestro hombre extrae la lectura más risible y ácida posible. Por ello, su actitud, desde una perspectiva filosófica y pese a su tono entre cómico y confesional, es más drástica que la de otros disidentes del pensamiento religioso (de Jean Meslier al indispensable Michel Onfray). Porque Auslander planta cara a algo que considera de probada existencia.

Como un Woody Allen punk o un Philip Roth radical, en “Lamentaciones de un prepucio” (“Foreskin's Lament. A Memoir”, 2007) este neoyorquino repasa con sorna sus años de infancia y adolescencia, marcados por la lucha entre la obsesión religiosa y el impulso de rebelarse contra ese dios que prohíbe las delicias de la comida no kosher, la masturbación o fumar marihuana a cambio de una vida marcada por la represión y el culto ciego a la religión. Así, el humor en estas lamentaciones nace del sufrido desastre espiritual de su autor, logrando un discurso que, huyendo de los lugares comunes, se mueve entre las memorias confesionales y el (falso) libro de autoayuda con un resultado sorprendente y, repito, desternillante.

Auslander es judío a su pesar y para regocijo de todos los lectores que, como quien suscribe, aprecian el trabajo de aquellos que ven en lo más sagrado un material de primera para la carcajada sin complejos.
Un libro más que recomendable que supondrá una muy agradable sorpresa para ateos y creyentes con sentido del humor. Y es que, sin duda, una cosa tan divertida tiene que ser pecado.

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